Ayer me miraste a los ojos y me dijiste que mi mirada estaba triste. Y es que, nunca nadie antes había llegado a leerme con sólo fijarse en mis ojos (y las historias que entrañan bajo sus párpados).
Sentí que no te tenía que explicar nada, porque tú ya lo sabías. Asique simplemente sonreí y me bebí la copa de vino de un trago.