Me acuerdo que yo en la universidad no era una chica demasiado responsable. Qué cosas. ¿Eh? Precisamente lo contrario que ahora.
Solía fijarme en personas centradas, que calmaran mis hormonas y para qué engañar, mi absoluta inmadurez e inestabilidad emocional.
Entonces le encontré: sonreía tras un bigote perfectamente peinado, vestía con jerséis originales en tonos tierra y era la ternura personificada. Muchas veces pensaba que seguro que se le daba bien bailar y tocar algún instrumento.
Aunque no pasaba mucho por clase, solía también, visitar la librería, aunque nunca llevaba (ni ahorraba) dinero. Y fue allí donde le encontré. Trabajaba en la librería, en el horario de siempre, a excepción del viernes. No le conocía de nada, pero era tan fácil de leer, y además era tímido y encantador, que parecía que nos conocíamos desde hacía tiempo.
Me acuerdo también de verle ir a coger el A, con un maletín de piel, y dejaba asomar por fin sus pitillos y zapatos de cordones. Todo un caballero, seguro que leía mucho y sabía de música buena.
Yo no era de saludar, pero a él sí.
Un día de 2010 nunca volvió, y siempre me quedé con ganas de saber: ¿por qué?